EL ENCUENTRO

El encuentro estaba previsto.

Había una hora pautada.

Una tensión, una ansiedad. Los nervios podían jugarles una mala pasada.

Él tenía sus mejores ropas. Ropas que no dudaria en dejarse rasgar para conseguir su objetivo.

Se miraban y todo su deseo se hacía potencia... sus miembros temblaban, sus pechos se inflamaban de deseo contenido...

Estaban frente a frente, sus ojos quemándose de deseo de este encuentro.

Su piel ardía de lujuria, y ambos querían morder... aunque morder no fueran sus armas principales.

Querían saltar uno sobre el otro, penetrarse hasta lo más hondo.

Uno sangraba de deseo, otro esperaba el momento.

Al principio él se arrimó a su espalda. Quiso dejar ahí las marcas de su presencia, una marca que mostraran sus colores, su pertenencia.

Fueron dos breves pinchazos simultáneos, y otros dos. Y otros.

Ambos sentían que la felicidad lo eclipsaba todo, e inmediatamente la trsteza crecía en su interior.

Apartó su mirada de él. Había distracciones, y no llegaba a comprender como esos colores fugaces hacían que su atención perdiera foco. Separado de su objetivo.

Luego élquiso dejar por última vez su señal en la espalda. Ambos saltaron a la vez, enloquecidos de placer y dolor. Uno escapando, otro llegando.

Luego de las marcas llegó la competencia.
Flotaba un olor a fatalidad, a fango, a tinieblas...

Se persiguieron mutuamente en el breve espacio que compartían ellos solos, sin nadie más, espacio que por momentos se hacía inconmensurable.

Se arrimaban el uno al otro como si quisiesen ser una sola cosa con su partenaire.

Se veía, apenas, una redondeada espalda. Sus cabellos colgaban, desgreñadosy empapados.

Ora se atraen, ora se dirgen miradas asesinas.

Iban a hacer lo que durante milenios la raza humana hacía en este mismo escenario...

Una música suena en lontananza.

Con cada nota musical, clara como la plata, ambos se llenaban de una paz belicosa, y de una fuerza agotadora. La música intentó desterrar el terror con la magia de su son. Intentó reencender las centelleantes cascadas de la creación y convertirse en un arma contra el desánimo, el tedio.

Pero la música, al fin y al cabo, sonaba vacía ante tan formidable encuentro.

Un aire helado, sin esperanza, les recorrió la piel.

Olía a tabaco rancio.

En sus cuerpos erguidos se desata la vida que pueden dejar en la tormenta y ya era imposible aplacar las olas de la confusión, ni recuperar los maltratados ánimos.

La sangre corría incandescente en las venas. El desafío era mantenerla dentro de ellas, latente, caliente, voluptuosa.

Las miradas volaban como flechas. No faltaba el romanticismo en esta escena.

Ambos querían tomarse o entregarse.

Pero...

...uno de los dos tenía las de perder. Se deseaban.

Deseaban este encuentro. Buscábanse mutuamente, la frente, el pecho.
Las piernas rígidas, la cabeza despejada. Trataban de encontrar en el otro las partes vulnerables, aunque en realidad se las sabían de memoria.
El ombligo, la parte interior de los muslos, el hueco de la blanda espalda.

En mente, una explosión de puro deseo hecho sangre.

En suma, un encuentro medio animal, medio humano.

Buscaban desesperadamente cansarse el uno al otro.
A esta altura, ya estaban ambos casi agotados. Ese vaivén llevaría al éxtasis, un ir y venir, un atacar y huir, un disparo en medio del alma.

Comenzaron los movimientos semicirculares... ninguno se resignaba. La cosa era dejar rendido al otro. Nadie quería perder la razón, pero ya estaban locos, locos de angustia... vibrando como si les fuera la vida en ello. Y vaya si a uno de ellos no le iba.

Estaban casi al final, pero no paraban de azuzarse, de intentar herirse.

Uno cambió la táctica, su partenaire lo comprendió, pero no quiso entenderlo.

Su parte racional, si es que algún dia la tuvo, no estaba al mando.

Ambos eran pura adrenalina, puro instinto... se veian y no habia nada mas alrededor, nada más que sus cuerpos.

Cabello, piel, colores, miradas de fuego, lenguas orejas y miembros.

Alguno de los dos tenía que tomar el control de la situación. Él, una vez mas decidió hacerse cargo. Como cada fin de semana...

Hacia el final, el verdadero final, no perdieron la oportunidad de mirarse a los ojos fijamente. Jadeando, babeando, respirando agitados. Se cruvan los brazos en un abrazo mortal, se tensan al limite las articulaciones que se preparan para el momento álgido, supremo.

Uno espera con deseo, el otro se desvive por llegar al clímax.

Entonces todo acabó de repente.

Él hundió la espada hasta el mango en la cruz, y el toro cayó fulminado, dignamente asesinado.

... es que el amor tiene mucho de muerte.