TROPOS XI- HIPÉRBOLE

"Érase un naricísimo infinito,muchísimo nariz, nariz tan fiera..."
Francisco de Quevedo, parodiando la nariz de don Luis de Góngora

“No basta dar pasos que algún día puedan llevar a la meta; sino que cada paso debe ser meta sin dejar de ser paso”. (Goethe)

Puentes al abismo infinito. A mi fosa de las Marianas particular a la que inmensos tiburones vecinos de las Canarias les robaron dos fonemas, mostrencos vendavales cada vez que tus pestañas caen sobre los flancos de mi mente, y desbrozan mis cabellos martirizados.

Cantame al oído ocho mil canciones nuevas, y hacé que la noche dure tres noches, como hizo Zeus con Alcmena. Para amarse con rabia, para recuperar el tiempo perdido.

Hacé que mi cuerpo siga tu madrugada. Que los soles de tus ojos, con formas de estrellas de mar deliciosas, hagan amanecer la cama. Que no despierte a solas en la tempestad mirando las redes fabulosas del pasado, henchidas de la luz de tus manos.

Y cuando me hunda y me hunda sobre tus huellas, dejá que los cegados perros de mis palabras busquen el prodigioso pie de tu ternura.

Porque como dice el señor de los anteojos, mi llanto ya no consiente márgenes ni orillas: inundación será la de mi espera.

Y pierdo cuerpo, pierdo espacio en el universo... me sepultarán dentro de la vaina de una espada, y habrá lugar para vos y tus caricias. Y por dolerme tu ausencia, me duele hasta el aura, la mirada, la voz, el aliento. Porque no hay rusias ni canadás que no quepan en mi herida.

Magna herida contagiosa. Espectacular precipicio de mi búsqueda. Caminando en medio de un arrebato estelar, puedo oler el perfume de tu cabello, y oir el timbre de tu voz a miles de kilómetros. Tu voz, profunda y argentina, pronunciando aquellos cabalísticos misterios de un antiguo arcano. Tu voz, diciendo mi nombre.

Una vez. Sólo una infinita y eterna vez. Para que yo pueda darte doce millones de besos que vengo guardando.

Música del planeta, tu voz. Mar de los vientos, tus dedos.

Las reflexiones de un millón de pensamientos me hacen detenerme a las puertas del siguiente paso, en el centro de mi cavilación. La incertidumbre, la angustia y el enigma de sentirme aún en ese instante un misterio de la creación. La terrible cerrazón de tus últimas palabras.

Infanticidio de los días, hasta llegar a verte. Si es que tu magnífico deseo me lo permite. Si es que el anhelado encuentro no me obliga a recoger mis huellas y desandar la misteriosa senda, en un progresivo regreso a la oscuridad más aboluta.

Soledad como la nada. Silencio como la ausencia. Vuelo sobre un dromedario mediocre hasta estallar en ríos de sollozos . Y bebo litros de café para no dormirme, justo en ese momento.

En el momento de que el universo me abra la puerta de tu boca.

Puentes que se abren para mí, y mis doce millones de besos.

Hipérbole. Exageración.

Foto: Brooklin Bridge... puffff hace muuucho tiempo.