
A la Primera Mujer.
Se despertó en plena madrugada, ametrallado por los mosquitos.
Estaba soñando con una maceta llena de relucientes, fragantes, metálicas sardinas vivas.
Apenas movían la cola y las aletas dorsales, así que tal vez estaban en los últimos momentos antes de cruzar la frontera de pez a pescado.
Podía recordar el césped recién cortado... la sensación de sus pies descalzos sobre la humedad, y el reflejo tornasolado de las sardinas.
Pero también podía sentir la ausencia de la yema de sus dedos recorriendole esa gota de sudor que perezosamente descendía por su vientre. Unas manos de dedos largos, un delicado anillo con una piedra pequeña y bonita... sus dedos estilizados y rectos, y la piedra en diagonal, reclamando el brillo ante las sardinas de la maceta.
¿Cómo es posible percibir la ausencia de algo no experimentado?
Da igual, en medio de la madrugada, mientras la vanguardia de mosquitos se disponía a un nuevo vuelo rasante, ella le hacía falta como un cuenco metálico con agua helada y limón, la necesitaba como sólo pueden necesitarse pocas cosas en la vida... un beso de tu madre, una ducha tibia, un café cargado de buena mañana.
Pero ella no estaba allí porque su ausencia era clamorosa como una sirena rasgando la noche.
Y creía que nunca se cansaría de pensar en ausencias.
Se levantó y sus pies rasgaron ahora el suelo sucio de milagros. Porque desde un tiempo a esta parte, resulta que los milagros se le caen de las manos. Milagros de Resurrección, de reencuentro, de recuperación, de memoria.
Apartó cuidadosamente otro de sus milagros (uno nunca sabe cuándo puede llegar a necesitar uno de ellos) hasta que quedase recostado contra el rodapies, y caminó sobre las líneas enemigas hasta el baño. Al levantarse tuvo nostalgia de su voz inaudita. De su boca, del ph de su saliva, de la curva de sus labios, de esa sonrisa que a ella a veces la acompleja absurdamente.
Al fin y al cabo, tuvo nostalgia de otro milagro.
Porque él ha tomado centenares de miles de cafés... ha comido al menos una docena de veces en restaurantes indios, ha caminado muchas veces por capitales europeas, ha bebido millares de cervezas y ha tomado miles de trenes.
Pero nunca como aquella vez.
Porque fue una vez que equivale a milagro.
Abrió la puerta corredera, el ventilador seguía funcionando entonando su letanía de susurros. La tele descansaba de su diario trajinar de tareas forzadas.
Atravesó la casa, y salió al jardín exterior.
Creyó ver un reguero de sangre. Gotas enmascaradas en la oscuridad. Muchas.
Encendió un cigarrillo pese a su boca pastosa. Probablemente en ese momento ella estuviera haciendo lo mismo, teniendo en cuenta los husos horarios, y los usos personales que conocía de ella
Husos y usos. Ilusos.
Volvió a mirar la sangre y empezó a intentar imaginar de dónde venía. A quién pertenecía.
Pensó en un ladrón que quedó atrapado en la verja, en un perro hiriendo a otro, en una pelea de borrachos.
No había forma de saberlo. La sangre comenzaba allí y de ahí no se iba, justo a la entrada de su casa.
Se sentó en el banco del jardín... atropellando a media docena de miembros de la retaguardia mosquiteril. Estiró las piernas y su mente se llenó del cabello de ella, de su mirada, de la curva de su cadera... que aún no había tocado.
Y se olvidó por un instante de la sangre.
Seguí siendo un misterio.
Apuró el cigarrillo hasta el filtro. Y se recostó contra el respaldo del banco, mojandose la planta de los pies, y apurando hasta el final sus recuerdos de ella.
Iba a volver a la cama, cuando la vio.
La paloma había muerto en pleno vuelo. Había perdido su corazón integro de algún modo. Las gotas lo atestiguaban.
El se levantó despacio... hasta que comprendió.
Al menos quiso comprender.
No quiso pensar en una injusta muerte casual.
Supo que ella, le enviaba su corazón por el aire. Y la paloma era, naturalmente mensajera.
O tal vez sea una idea suya. Tenía que serlo.
Recogió la paloma despacio y llenándose las uñas de tierra, la sepultó ceremoniosamente.
No limpió las manchas de sangre. La próxima tormenta de verano la lavaría.
Decidió creer que ella le enviaba su corazón.
Volvió lentamente a la cama pensando en una manta verde que era como llegar a casa, y con sardinas en macetas.
Pronto amanecería.
Y no quería estar allí para verlo.
5 murmullo(s):
Auch!
Transpira nostalgia
Vaya!
...
o_O
mmm muy bueno, saludos
Siempre lo dije, me emociona como transmites sensaciones y sentimientos, me pareces una maravilla, un arquitecto de las palabras, un poeta que hace de ellas lo que le viene en gana, pero siempre con gusto, sensibilidad, y magia única.
Me encantó ese milagro, aquella vez, inigualable a las capitales europeas, a los restaurantes indios... a la vida en sí... Me conmovió...
Envidia... sí, envidia. Es imposible hacer mas bello un desamor, creo que es imposible.
Un besazo, y sigue soñando... la vida da vueltas, sabes? Y una de ellas digo yo será la nuestra.
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