Fue en una ciudad sin mar, sin lagos, con un río ampuloso.
A la izquierda de su pantalla el payaso. Sesentón, arrugado, espejismo de algo que no debe pasar.
A su derecha, señor, señora el viajero.
Uno se llama Felipe; el otro, Ulises. Ulises podría llegar a ser ese payaso viejo y endemoniado, esa infame figura de pelos violetas, y manos sarmentosas. Pero está a tiempo de no serlo.
Es, tal vez una especie de venganza contra la armonía, contra esa ley universal que tiene a mantener las cosas en su sitio.
Felipe sin embargo, ya se ha resignado, se restrega los ojos con los puños. Habla en una lengua muerta.
Ulises la ve a ella. ella. ella. En minúsculas. Quiere aferrarse como lo hizo con el palo de mesana de su barco bamboleante. Es un deseo esdrújulo, inanimado, impiadoso.
Quiere verla. Contemplarla y enloquecer de una buena vez para volver a a la cordura.
Se pone cera en los oídos. Para no oír a las sirenas pretenciosas que le impiden pensar de a poco. Él quiere, desenfrenado, pensarlo todo a la vez, sentir desaforadamente, y estremecerse en cada segundo.
Los hiatos lo delatan. No quiere espacios vacíos.
El payaso apoya la cabeza en las manos, y lo ve viajar, por la intrépida alfombra hecha de trocitos de tejas; y piensa, sólo por un rato -hasta que lo olvida- el viaje que esos trocitos han realizado. Arcilla en el Paraná, un camión en el ocaso, una magnolia mezclada en el barro que finalmente se cuece en el horno, y queda invisible, pero sin embargo ahí está, perfumando apenas su reino de tres centimetros cuadrados. Y luego un techo en Ciudadela, y un granizo que las derriba. Ya no son tejas, sino un montón informe de trozos XL.
Pero después, es rescatado por un paraguayo bajito, que se sienta en un corralón de la calle Talcahuano, en pleno centro, y los pulveriza con una maza pesada e infalible.
Y los echan en un camión, y los vuelcan en ese sendero de plaza de Palermo, que para Vos sigue siendo el microcentro.
Y crujen los pies de Ulises, sobre los grumos de ladrillo.
Y cuando deja de pensar en eso y -como te adelanté- se olvida, Felipe ha perdido a Ulises de vista.
Puede que haya suerte y no vuelvan a encontrarse.
A la izquierda de su pantalla el payaso. Sesentón, arrugado, espejismo de algo que no debe pasar.
A su derecha, señor, señora el viajero.
Uno se llama Felipe; el otro, Ulises. Ulises podría llegar a ser ese payaso viejo y endemoniado, esa infame figura de pelos violetas, y manos sarmentosas. Pero está a tiempo de no serlo.
Es, tal vez una especie de venganza contra la armonía, contra esa ley universal que tiene a mantener las cosas en su sitio.
Felipe sin embargo, ya se ha resignado, se restrega los ojos con los puños. Habla en una lengua muerta.
Ulises la ve a ella. ella. ella. En minúsculas. Quiere aferrarse como lo hizo con el palo de mesana de su barco bamboleante. Es un deseo esdrújulo, inanimado, impiadoso.
Quiere verla. Contemplarla y enloquecer de una buena vez para volver a a la cordura.
Se pone cera en los oídos. Para no oír a las sirenas pretenciosas que le impiden pensar de a poco. Él quiere, desenfrenado, pensarlo todo a la vez, sentir desaforadamente, y estremecerse en cada segundo.
Los hiatos lo delatan. No quiere espacios vacíos.
El payaso apoya la cabeza en las manos, y lo ve viajar, por la intrépida alfombra hecha de trocitos de tejas; y piensa, sólo por un rato -hasta que lo olvida- el viaje que esos trocitos han realizado. Arcilla en el Paraná, un camión en el ocaso, una magnolia mezclada en el barro que finalmente se cuece en el horno, y queda invisible, pero sin embargo ahí está, perfumando apenas su reino de tres centimetros cuadrados. Y luego un techo en Ciudadela, y un granizo que las derriba. Ya no son tejas, sino un montón informe de trozos XL.
Pero después, es rescatado por un paraguayo bajito, que se sienta en un corralón de la calle Talcahuano, en pleno centro, y los pulveriza con una maza pesada e infalible.
Y los echan en un camión, y los vuelcan en ese sendero de plaza de Palermo, que para Vos sigue siendo el microcentro.
Y crujen los pies de Ulises, sobre los grumos de ladrillo.
Y cuando deja de pensar en eso y -como te adelanté- se olvida, Felipe ha perdido a Ulises de vista.
Puede que haya suerte y no vuelvan a encontrarse.
1 murmullo(s):
Da que pensar,un encuentro no deseado entre ellos o entre esas dos personas que juntas harían mas que separados? O tal vez con esa imagen que no desean hallar jamas aunque un espejo poblado de todo la refleje,aun siendo ilusoria?
Que foto Doc, que foto!!!
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