V.- CUADRADOS

sábado, mayo 3

 


Lo hizo con cuadrados. De lana. Fue una especie de revelación, de digna epifanía. Cuando comenzó supo que jamás acabaría. Se prometió hacer una cosa pequeña, pero el dolor de cada punto se parece a las pústulas de esa piel infantil, transparente, nueva, ametrallada por la varicela.
Estaba entre tejer y leer. Pero como esto último le atraía demasiado, se puso a prueba.
Al fin y al cabo leer es también hilvanar palabras, unirlas y mariposearlas. Como tejer un diminuto recuadro de lana. Pero el pequeño cuadro trocó en oriflama. Infinito pendón granate. Un dardo curvo hiende el aire arrastrando la lana que se deja hacer, anonadada, como toda lana que se precie. Ludibrio, sarcasmo feroz, manifestaciones rodantes.
Su mano casi infantil baila, mientras se detiene de cuando en cuando para escuchar una respiración, una tos, un quejido. La fiebre es un recuerdo, de los malos.
Hoy no ha comido nada, sólo un culito de pan, que le ha robado a una flautita que se asomaba.
Cuando el cuadrado pasó a tener otra entidad; digamos de mero cuadrado informe a posapavas, decidió comprar más lana.
Penélope absoluta. Aracne desquiciada, hambrienta tejedora, devoradora de hombres y de apios sin condidura. Mala conductora del calor. Sus manos se mueven... clik-cluk. Van y vienen.
Y sigue escribiendo en su cabeza, mientras sus manos acarician la lana que se consume para construirse. Y el verbo emerge como enunciador pleno de misericordia. Y perpetra su continua sinécdoque, la parte por el todo, haciendo crecer sus cuadrados como los hongos, como las algas... y maridándose como los benditos líquenes que la han acercado a mí.
Urdimbre de paradigmas. Aventuras ínfimas de su aguja de crochet, que acaban en cada vuelta, en cada nudo, para recomenzar. Ítaca prodigiosa. El final de un color. El principio de otro. Celeste, marrón, negro, naranja, escalones de fuego. Blanco, beige, celeste, azul, celeste. Azul, turquesa, marrón, blanco...

Un color, otro color, una serie concatenada y metonímica de elementos entitivos. Retales de angustia. Evocación y expresión volitiva. La voluntad de dejarse llevar por la danza de los dedos.
Una imitación de lo infinito. El símbolo de la regeneración. Las ocho millones de divinidades del Shinto, convertidas en ocho millones de puntos atados, eslabonados, el equilibrio de las fuerzas antagónicas. La forma central del orden celeste, tus cuadrados uno dentro del otro, empotrados, embutidos, y el orden de la eternidad.
La espiral de los cielos sobre tu cama.
Los puntos son coordenadas de fuerza que sólo se manifiestan a través de una experiencia táctil. Texturas apenas rugosas, como la del pétalo impío. Tu cuadrado, crece, monstruoso, sorteando los absurdos límites del espacio, para regresar a la mismidad. Ora una toalla, ora un mantel.
Una manta, una cálida y visualmente sonora manta que transfiere la necesidad de un abandono en el descubrimiento, a través del roce. Uno no la toca, uno se deja tocar por ella.
Tus cuadrados concatenados, superpuestos son númenes modestos: poseen la sencillez de lo esencial. Como tu mirada. Sus puntos son miríadas de sensaciones, de poros, de terminales nerviosas. El roce con ellos es también satori y recompensa: una suerte de catálogo de los sentidos, que trasciende lo liminar para regresar al origen. Al calor de tu microcosmos existencial.
Los cuadrados se superponen. Se ensanchan, crecen como la marea.
Y sin embargo, vos vas, te olvidás de todo lo que te he dicho, te envolvés en tu mapa del universo hecho de lana, y te acostás bajo el sol que entra por la ventana, a dormir la siesta.
Por esta vez, sola.

6 murmullo(s):

Anita la bibliotecaria dijo...

Cúantas metáforas inimaginables para mi, que se puedan utilizar para describir la sensación de tejer.
Cuando retome mi tejido, recordare tus palabras.

Casualmente, comencé hacer una manta parecida a la foto.

Nuevamente, un placer leerte.

Anónimo dijo...

¡Anda hijo!
Pero hay palabras que no vienen en el diccionario. En otro momento pruebo a ponerlas por si "alguien" tiene a bien...

Mel dijo...

Y luego dicen que la perfección no existe, realmente no existe? Me pregunto mientras miro cada horizonte agrandarse...

Amigo, gracias por tu mensaje, me deja más tranquila saber que no soy la única que lleva agujeros en el alma...

Saludos...


Mel.-

Anónimo dijo...

¿Será la perfección la finalidad o el final? ¿Después de ella nada más? ¿Otra vida quizás? Horizonte

Carmen dijo...

!Pero qué bonito!

Anónimo dijo...

A veces uno tiende a achacarle a la casualidad cosas que no se explican bien a un alma escéptica.
Ayer, volviendo de La Rioja, empecé una cosa cuya primera frase era:
Tejer. Ocupar las manos para evitar recordar.

Eva