BOLA EXTRA IV - REGRESO

A Buenos Aires, tan eterna como el aire y el agua.

Magníficas miradas disolutas. El viento quiere enmudecer de espanto. Pero no puede dejar de gemir por la llegada del aire urbano.

La ciudad me quiere acá, como cuando mis suelas se derretían cruzando la avenida y cargando un bolso con cartas a ninguna parte. Como cuando gastaba los suelos de tribunales haciendo colas para mirar expedientes fabriles, clonados dibujos de las miserias ajenas. Como cuando participaba del dulce juego de ser porteño.

Porque nada se parece a estar en casa, con las mismas caras dibujadas sobre los rostros de los transeúntes. Con las mismas minifaldas y los mismos escotes. Y vuelvo a morder la manzana de navegar soledades, para escapar de la propia.

Una cerveza en San Telmo, un paseo por Puerto Madero el inicio de un viaje lejos. Muy lejos. Y el retorno bajo la lluvia prodigiosa. Ahogándome en mis recuerdos me detengo en una estación de servicio a llenar el depósito de certezas.

Y me atiborro de asados y suspiros. De besos nuevos y medialunas, de sandwiches de miga y caricias.

Un espurio desagrado me manifiesta su presencia. Una martilleante espera me dilata tu ausencia.

Digo tu nombre. Vos no escuchás. Tu corazón está a cientos de kilómetros de distancia del mío, y se nota.

Pero volvés, siempre volvés. Como la ciudad a la vida.

Y quiero volver a la maratón de mensajes íntimos. Caricias incesantes y candentes. Inescrupulosa incertidumbre. Infinita indiferencia.

No puedo olvidar tus manos encontrándome en un auto que no era mío. Pero tampoco puedo recordarlas. ¿Eso fue verdad? O fue sólo el imperioso deseo de encontrarte otra vez. O por vez primera.

Y mientras vuelvo a comer el chocolate de tu piel brillante... me indigesto de espera. Y me vuelvo a armar. Célula a célula.

Porque no hay nada como estar en casa.

Aunque sea de invitado molesto.