XVI.- METRO PATRÓN

martes, mayo 20

 




El hombre caminó despacio, recorriendo el pasillo. llevaba un encendedor azul en el bolsillo. Lo había comprado el día anterior. Y jamás lo había perdido.

Ya había visto el Péndulo de Foucault, y había sonreído en soledad. Lo había visto oscilar levemente mecido por el aire que se colaba por las puertas entornadas

Y luego, unos metros más adelante, lo vio.
El Metro Patrón.

Podía saber cuantos kilómetros de vías férreas, calles, veredas, mares, ríos y avenidas lo distanciaban de ella.
Pero no sabía (aún) dónde ella estaba.
No pensó en el tiempo. para él era un enigma. Y en ese momento erra irrelevante.
Pero no era irrelevante su nombre, hecho de ausencias. Ni el color de su pelo, y si le caería en cascadas sobre los hombros o lo llevaba recogido. Ni la marca de cigarrillos que fumaba, ni si fumaba. Ni cómo sonreíria cuando lo abrazaba y fingía dormirse. O tal vez no podía hacerlo de tan cerca que estaban. No era irrelevante el voltaje de los besos.
Era tremendamente relevante cómo decidiría ella llamarlo un día, cualquiera; y más, cómo decidiría no llamarlo.
Era implacablemente cierto si pudiese o no escribirle una carta llena de colores y humo. Era valientemente esencial qué paredes los rodearían; y el estado del tiempo, y el café de Eritrea, y las galletitas de cereal. Y el implacable rozar de sus manos (las de ella) en su espalda (las de él).
Si podría quedarse o no esa noche con él, eso sí era importante.
Sí era importante el olor a almendras de su pelo; y el aroma a lilas de su piel. Y si algún día le diría que se había llevado el perfume de él en sus manos.
Lila, felicidad. Almendras, persistencia. Su perfume, un recuerdo.
Con él podría medir de manera casi perfecta la distancia que la separaba de ella, a la que aún no conocía. Podría tener una referencia precisa de hasta donde llegaba su voz, la que quiso conocer, ansiosamente, al conocerla.
Podía saber cuánto medía el Everest, cuál era la magnitud del largo de sus piernas, cuantes veces su lengua húmeda cabía en ese trozo de metal, cual era la distancia entre las cimas de sus pechos deliciosos, cómo de largos eran sus propios pasos cuando fuera a su encuentro, las veces que entraba ese pedazo perfecto en la distancia que había entre la puerta del baño y la cama donde la esperaría,

Todo eso, para todo eso sirve el metro patrón de París
Y sin embargo sigue siendo inexacto.

Pero no sabía (aún) dónde ella estaba.



Foto: Metro Patrón. Bureau International des Poids et Mesures
(Oficina Internacional de Pesas y Medidas), barrio de Sèvres, París, verano de 2006.
Hace 25 años, el metro equivale la distancia recorrida por la luz en el vacío durante 1/299 792 458 segundos, ó 3,34 nanosegundos.
Pero sin embargo, ese objeto sigue estando ahí, a la vista de todos. No puede tocarse, pero casi. Es de una aleación de platino e iridio, para resistir a las variaciones atmósfericas. Y está encerrado en cristal. Me imagino, que para que yo no lo arranque y me ponga a medirlo todo.


Y sin embargo, sigue siendo inexacto.

5 murmullo(s):

Anita la bibliotecaria dijo...

Placer, curiosidad, es lo q provoca en mi tus relatos.
Recorri el blog, para ver las imagenes, son bellas, deseo algun dia verlas en persona.

Cariños

eSadElBlOg dijo...

no sabía que habias vuelto, me alegro.

Claudia Sánchez dijo...

Bueno, la fórmula del Metro Patrón también serviría para calcular el tiempo... que también es inexacto.
Saludos!

Abel Granda dijo...

Avíseme si la encontrara, puedo dejarle el metro amarillo de tela que usaba mi madre, que no está a 0º y para algunas tomas puede ser mucho más próxima.

Steki dijo...

Hay algo exacto?
Quién o qué lo determina?
BACI, STEK.