XXII.- TRES PATITOS

miércoles, julio 2

 



Jerónimo tenía una costumbre.

Encendía sus apestosos cigarrillos con cerillas que sacaba de una caja grande, y luego de apagados, volvía a ponerlos en su recipiente. Una costumbre realmente desagradable, la única de sus tradiciones en los anales de la historia que podía considerarse irregular.

Jerónimo lavaba los platos siempre con detergente Magistral. Ponía tres gotas en la esponja Scotch Brite, abría la caliente un cuarto de giro, y la fría un poco menos; se calzaba sus guantes amarillos y fregaba siempre en dirección antihoraria hasta que conseguía una espuma amerengada y copiosa. luego enjuagaba comenzando siempre por la parte inferior de los platos, y los colocaba boca abajo (para sus adentros "en penitencia") para que escurrieran.

Luego de ello, iba guardando la vajilla en este estricto orden: cacerolas, platos, vasos, cubiertos. A continuación, procedía a sacar brillo a la mesada de acero inoxidable con Cif cremoso.

Jerónimo no tenía animales, le parecían sucios y desagradables; apestosos y serviles. Pero ante el fortuito encuentro con cualquier bestia de Dios, se apartaba dos pasos a la derecha, siempre a su derecha. y lo veía pasar; como si eso sirviera para exorcizar cualquier otra cosa.

Jerónimo tenía una debilidad: los bocaditos Cabsha. Los compraba de a cajas, y siempre alineaba once (ni uno más ni uno menos) de costado, como si fueran libros, sostenidos por dos casettes viejos, que hacía rato no usaba; ni siquiera le pertenecían, tal vez era de su madre. Uno de ellos era de los Pasteles Verdes, el otro, para serles franco, no lo recuerdo. El resto de los bocaditos los guardaba en algún lugar fuera de la vista.

En la casa de Jerónimo no había sitio para el desorden. Tenía frascos con caramelos ordenados de un modo extraño (pero que él, sólo él, sabía: estaban organizados alfabéticamente por sabor: ananá, café, cereza, ciruela, dulce de leche, durazno, eucaliptus, frambuesa, frutilla, limón, menta). También sus libros llevaban una organización estrambótica: estaban ordenados por cantidad de páginas, de menor a mayor. Por eso "Guerra y Paz", de Tolstoi, estaba en el extremo superior izquierdo, junto a las Mil y Una Noches; y su edición biblia del Decamerón en el derecho.

Jerónimo podía levantarse en plena noche de invierno, y no se golpearía con ningún mueble, ni haría crujir la puerta del baño. Más allá de estar aceitada parsimoniosamente con Tres en Uno, él (y sólo él) conocía la presión exacta que debe ser ejercida para abrir la puerta y cerrarla con el mínimo esfuerzo.

Sus jabones eran todos de glicerina naranja (los compraba de a docenas), su desodorante era invariablemente el Patrichs clásico (el día que dejara de fabricarse, simplemente dejaría de usar desodorante), sus calzoncillos eran todos de la misma marca y definitivamente blancos, y sus medias eran Ciudadela, de algódón, y negras.

Cuando salía de casa, rigurosamente a las 9:23 (podría darle un síncope de retrasarse sólo un minuto) cumplía con el siguiente rito: mullía las almohadas y las guardaba dentro del placard, estiraba las sábanas (a menos que se tratara de un día jueves, en los que cambiaba las sábanas antes de partir, para lo cual comenzaba el ritual siete minutos antes), organizaba sus biromes de colores (las de al lado del teléfono verde), agarraba sus llaves, cerraba el paso del gas, apagaba las luces y cerraba su puerta (primero la llave de arriba, que llevaba pintada de blanco para no confundirse, luego la principal que no estaba pintada de ni

Pero déjenme contarles por qué Jerónimo tenía la costumbre de los fósforos. Había una timba, y no tenía lumbre. De corrida, quiso comprar un encendedor, pero la verdad, no estaba interesado en gastos superfluos. Tenía en su casa media docena de encendedores Bic azules de los grandes (los chicos le parecían una mariconada), por lo que pidió una cajita de fósforos. Le horrorizó el precio de ese mísero recipiente de sólo cuarenta cerillas.

Entonces pidió una grande. La acomodó en el costado de su campera de cuero negra gastada, y a cada paso se producía un frufrú de madera cascabeleando; si es que la madera puede realizar ese sonido.

Sobre el verde tapete, todos lo miraban encender sus 43/70 con fruición; y guardar el palito chamuscado en la caja.

Esa noche ganó casi dos lucas. Entonces, lo adoptó como su cábala. Basta de encendedores Bic azules de los grandes. Ahora iría por el mundo con su enorme caja de fósforos Tres Patitos.

Al fin y al cabo, toda conducta obsesiva requiere de una excepción.

Cada vez que llegaba a la timba, Jerónimo disponía los fósforos sobre el paquete de cigarrillos, tapando la marca. Era inevitable, sabía que los 43/70 no tenían nada de glamour, pero le parecían tan sumamente masculinos que no podía dejar de fumarlos.

Jerónimo había ganado todas las veces que había ido a lo de Hoyos, el bar con estricta prohibición de fumar que por la tarde servía té con masas a las viejas del barrio; y por la noche, después del programa de Tinelli, se convertía en un antro lleno de humo y de cuarentones solitarios que gastaban el tapete.

Había ganado jugando al monte, al tute, al truco, al póker... no había juego que se le resistiera. No es que fuese un gambler exitoso. No siempre ganaba fortunas. Alguna vez había salido hecho, o sólo le había alcanzado para pagar las copas; pero no importaba.

Al Bebe Bazzolo lo tenía de punto. No es que le hubiera sacado mucha guita, pero le había cortado las mejores rachas. Y una vez el Bebe tuvo que pedirle al chofer del 86 que lo lleve hasta San Pedrito y Rivadavia, porque Jerónimo no le había dejado ni siquiera las monedas.

Y el Bebe Bazzolo desde aquella vez lo tuvo en la mira. Una noche, tarde, en la timba, habían parado para comer algo... porque ya llevaban como tres horas dale que te dale. El Bebe por primera vez había ganado algo... estando Jerónimo en la mesa. No era mucho, sería una gamba, o tal vez menos... entonces supo que era su oportunidad. Estaban todos distraídos, y el Bebe dijo que se abría, que se iba a la casa, que por hoy no quería perder... todos saludaron sin levantar siquiera la cabeza: el Turco, el Carozo, Lucho y el Corcho... seguían dándole al cantimpalo y al moscato. Jerónimo no se movió de la mesa, cuando él jugaba, jugaba; no comía nada, apenas se tomaba sus dos dedos de Johnny Walker (Juancito el Caminante, lo llamaba).

Cuando el Bebe pasó por al lado de Jerónimo se oyó un suave siseo, un pequeño roce. Y el Bebe se fue, sin golpear de más la puerta del local aparentemente cerrado.

Veinte minutos más tarde, los cuatro jugadores encontraron a Jerónimo como dormido. La única señal que delataba que le habían cortado el cuello de lado a lado, es la mancha enorme de sangre, que empezaba a coagularse lentamente, sobre la caja de fósforos, y el paquete de tabaco.

Si Jerónimo hubiera podido verlo, se hubiera molestado mucho... él nunca permitía que su paquete de 43/70 se manchara con nada.

Y mucho menos su amada caja de fósforos grande.


Gracias Adriana por dejarme usar a un cachito de Jerónimo
Imagen: Timba en la plaza José Zorrilla de Madrid, una madrugada del verano boreal de 2007

25 murmullo(s):

Steki dijo...

Ah no!
Kaput, Jerónimo! :(
BACI, STEK.

PS: a mí también me encantan los Cabsha!

Claudia Sánchez dijo...

No, no, no.
Este es otro Jerónimo, mucho más parecido al protagonista de "Durmiendo con el enemigo", que al otro sicópata.
El otro no hubiera permitido tantos chivos.
Ja, ja! Buen relato!
Besos,

mariapán dijo...

ufff...me he puesto nerviosa sólo de imaginar a Jerónimo..., qué estrés!!!!
Magistralmente redactado, me ha encantado...
Un saludo

Matilde dijo...

wow

una vez leído este fragmento diré que es detestable
ser asi de maniático,
la vida esta para mucho más que eso

tú que crees?

te mando un beso

Camille Stein dijo...

una maravilla, eres un narrador extraordinario

te aseguro que Jerónimo y su cábala ha quedado inserto en mi memoria

me alegra conocerte... :)

un abrazo

Sintagma in Blue dijo...

Un relato desasosegante. Enhorabuena

Eugenia Cristina dijo...

¡Magistral!

De verdad. No me refiero a la marca.

Con todo respeto, parece un cuento de Borges.

Un cariñoso abrazo.

Verbo... dijo...

Ironias
fué su lucha diaria
y murió sobre su misma lucha
algo digno.

Un beso ♥

M.

Ana di Zacco dijo...

Gracias por tu visita. No conocía tu blog, pero iré volviendo.
Y coincido contigo en alabar a Borges.

satira dijo...

hey estoy con poco tiempo pero paso a saludar


saty

Recomenzar dijo...

Me dejaste fascinada el texto tiene sabor a .............describes muy bien la situación
Volveré te lo prometo

Waiting for Godot dijo...

Pobre Jerónimo, al final nadie es perfecto. Besos.

Srta. Effie dijo...

Ya quisiera yo liarme con un señor con un TOC tan estupendo.

Celes dijo...

PObre jerónimo

qué vengativa la gente che

me gustó mucho
me gusta como escribis en realidad

Un saludo!

P dijo...

Un monje le preguntó a Joshu: "Esta vaca, ¿tiene la naturaleza de Buda?"

Joshu respondió: "¡Mu!"

Unknown dijo...

a Noooo!!!!!!!

Andru y Alain dijo...

me lo llevo para leer tranqui en casa!!
Después viene mi coment.

Besos!

Andru y Alain dijo...

No me pude contener. Terminé de almorzar y leí: MUY bueno pero… demasiado obsesivo este Jerónimo para mi gusto
… me recuerda a alguien………
Jaja!

Besos!

Anónimo dijo...

A mí me pone nerviosa ver un fósforo apagado sobre la mesada. Creo que lo voy a tratar en terapia... jajaja.
Genial tu cuento.

volando... dijo...

no es agradable para la persona que sufre de este trastorno.

Creo qu la vida en si nos lleva a la rutina y esto de sufrir Toc, sobrepasaría mis límites.

Buena descripción enla historia, me gusta.
Saludos.

Tendrás tú algo de Jerónimo que te empeñaste tan bien en escribir esto?

jdhdj dijo...

rutina !!!

jeronimo un poco lleno de rutina...

saludos

seguire visitandote me encanto tu modo :D

Unknown dijo...

Andrés:

Que buen lugar tienes, que increíble redacción, no he dejado en pensar en Jerónimo y sus obsesiones, ni de la cávala que tenía.

No se si fue la cávala, fue su obsesión, fue su mala suerte pero al final, pese a todo cuidado que ponía, a todo interés, a la vida no la pudo manejar, como ocurre siempre y se le fue de la mano, por mas obsesión y cuidado tuviera. La verdad nada se puede manejar, somos barcos a la deriva en un mar embravecido.

Me encanto de verdad el texto, y me gusta mucho tu lugar.

Te dejo un fuerte abrazo.

HologramaBlanco

Luna dijo...

Atrapante historia.Y final de película!

Nini dijo...

Es de lo mejor que te he leído.

Sasian dijo...

qué final!!
no puedo ocultar que me ha producido cierto ahogo seguir la historia de un neurótico obsesivo de libro, pero me dió pena al final el pobre Jerónimo...
un abrazo