LAS UÑAS DE LOS PIES

sábado, junio 20

 


Contaba las horas para verlo. Con el pelo lleno de escarcha, preguntaba a cada rato "cuánto falta". Las luces de la aurora ni siquiera se asomaban al dolor de la noche, y ya estaba despierta preguntado cuándo serían las once, o las nueve y media, o la hora que mamá le dijera que él llegaría.

Vendría cargado de regalos, infames sobornos prodigiosos, que pretendían cubrir meses de ausencia, que no necesitaban ser cubiertos; porque ella, hija única, tenía en cada minuto de cada hora de cada día, un nombre en su boca. El de él.

No recuerda si "papá" fue la primera palabra que dijo, pero bien podría haber sido esa. Mitad amenazas ("vas a ver cuando venga papá"), mitad excusas ("cuando venga papá, te va a llevar él"), su ausencia se hacía tangible durante los veranos agobiantes, o los otoños mustios.

También podía ser un motivo de orgullo. "Mi papá no está porque él viaja por todo el mundo y me trae unos regalos buenísimos". O una razón para acallar una pelea: "si papá estuviese acá seguro que no contestarías así".

Sin embargo, han pasado muchos años desde esos tiempos en que ella era contestadora, se llevaba los chirlos del cinturón; pero también salía en patas, y con ese vestido blanco de flores celeste lleno de manchas de nesquik, gritando a la tarde, y a quien quisiera oírla que "papá ya vino".

Incluso han pasado muchos años desde aquellos en que papá necesitaba una excusa para regalarle dinero. Hasta que una vez, diciéndolo como una ocurrencia graciosa, papá soltó la frase:

"Cortame las uñas de los pies y te doy cien dólares".

Ella se lo tomó muy en serio. Agarró un banquito, el alicate bueno, ese que a ella no le dejaban usar, se sentó delante de papá, y le cortó las uñas de los pies, cansados de hamacarse horas interminables sobre una cubierta de barco en el mar de los Sargazos, esos mismos pies que saltan a media tarde en el Pireo sólo para comprarle a ella un recuerdo de Grecia.

A veces, ella cuando le agarraba los pies, podía oír las voces que gritaban en docenas de idiomas palabras que con el tiempo aprendería: popa, estribor, abarbetar, gambuza, trinquete, hocicar. O sentir en sus callos la textura de las dársenas de Niza, Acapulco, New Orléans, Port Moresby, Bahía blanca...

Papá era -en su cabeza- una especie de pirata bueno que venía lo más rápido que podía a casa con una bolsa lleno de regalos para ella, su ojito derecho, su hija única, la voz que llenaba su corazón cada tres o cuatro meses.

Pero con el tiempo, ella creció, eventualmente se hizo una mujer, encontró el amor, y lo volvió a perder; y papá un día se quedó en casa, y le propone comer papas fritas a medianoche. Papá sigue ahí, y las palabras con que ella quiere decirle que lo quiere, que lo adora, también se quedaron ahí, en su garganta.

Porque ella ya es mayor, y no anda más en patas ni se mancha la pechera del vestido floreado con Nesquik. Y puede que haya vuelto a hallar el amor; o que el amor la haya hallado a ella, mirá como son las cosas, también al otro lado del océano.

Y eventualmente el amor estará cruzando el mar para buscarla, y tal vez ella no lo sabe, pero se lo cuento ahora si es que me está escuchando: al amor le encantará encontrarla, bella como es, buena como es...

cortándole las uñas de los pies a su padre...

...aunque éste no tenga esta vez los cien dólares para darle.

4 murmullo(s):

CRISTINA dijo...

Hay amor verdadero, supongo, pero es muy triste.
La ausencia, la infancia perdida... esas cosas que te anudan el estómago...

Un beso.

Nini dijo...

Y pensar que falta tanto para que lo vea.

Lucía dijo...

Muy triste pero igualmente hermoso!
A la espera de un nuevo texto!

Un beso con gotitas de agua!

Lucía dijo...

Triste, muy triste pero hermoso!

A la espera de un nuevo texto...

Un beso con gotitas de agua!